Porque no hay remedio que cure la necedad de querer enfermarme
en sus pelos negros de nombre de hombre.
Y que engatusada me sobe el alma en esa manta infame,
hasta que me incomode mirarme en el espejo o de reojo
por la vergüenza de quererle ciegamente
y por el ardor de infierno que esa cara deja en estos codos
en esta mente, en estos muslos,
en estas drogadísimas manos que ya están latiendo,
que ya están tan débiles…
No hay mañanas cuando hay presentes.
Cuando el cerebro prefiere dos minutos de amor que miente
y millones de momentos profundos y falsos
de coincidencias y voces de palabras repetidas.
Canciones antiguas como cicatrices y grullas que no vuelan
de risas finitas, de finales risueños y cantos a dos voces.
Y ese rostro, que me llena la vida
y que me miente y que miente, y me engaña,
y me avergüenza pero me gusta a qué huele esa herida.
Y sufre el risueño
como si no supiera que son suyos los lunes,
como si no supiera
Que fue suyo enero y el verano envenenado que le entrego este vientre
Que es suyo el sudor, la carne, la piel de gallina y el primer beso.
Sufre quien hace sufrir y dice que muere…
que le perdone, que siente dolor, que le hiere…
Me hace pensar y decidir si quiero ser feliz con él o quiero morir
Porque decide reciclarme a oscuras cada fin de mes
Para encontrarse en la luz con quien de verdad quiere.
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